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Un habitus típico

Publicado: 2011-08-17

Si los partidos de fútbol no tuvieran barristas alentando a uno de los dos equipos, lo más probable es que, el apelativo de “Deporte Rey”, nunca hubiese sido usado para enmarcarlo.   Es cierto que el fútbol encuentra su relevancia en el juego y la destreza de los actores, pero necesita de una visión externa, una que critique, que juzgue, que condicione, una que le dé sentido y permita su constante evolución y trascendencia en el tiempo. El espectador, de acuerdo a la época y contexto, reclama –motivado por sus gustos- una mejora, un hipotético desenlace (subjetivo en todo sentido), y que finalmente contagia a algunos y aleja a otros.

Pero no sólo el fútbol es capaz de congregar a multitudes de distintas clases sociales en un coloso, es muy complicado, y podemos encontrar en los conciertos a gran y menor escala una reacción similar y distinta al mismo tiempo.

La diferencia es que la música suele ser muy selectiva, o de hecho lo son las personas. El hip hop nació en los “barrios bajos” de Estados Unidos y su despegue e identificación a nivel mundial pegó también en realidades similares – ya luego el gusto ascendió estratos sociales. En el Perú, la música chicha es el estereotipo más cercano al mencionado hip hop: consumida, en su mayoría y desde un principio, por la llamada clase social baja, que encuentra una respuesta en la migración de peruanos en los años 60 de la sierra a Lima y la posterior mezcla de cultura. El hip hop se relacionaba a la delincuencia y a las personas afroamericanas, precisamente porque éstas vivían en barrios pobres. La música chicha, antes de encontrar un parecido a las características antes indicadas, encuentra un sentido en la ignorancia, y luego, posiblemente, en la delincuencia y en la “raza” de personas que la escucha.

Difícil hablar del estilo de vida de aquellas personas que consumen lo “chicha” en estos momentos, pero los perdurables y cíclicos actos en determinados discursos culturales suelen marcar una cruz y una idea de cómo se comporta una persona de “una clase social”. Lorenzo Palacios “Chacalón”, fue un bastión y representante de personas que vieron en él el surgimiento y la posibilidad de un cambio de vida, como bien nos los hace saber en su famosa canción Muchacho provinciano. Pero propio de sus conciertos eran los recordados desenlaces, donde los espectadores eran los actores principales: hombres ebrios tirados por la calle, alcohol regado, peleas; era (y es) una forma de vivir el espectáculo.

La celebración no ha cambiado; el legado parece ser el mismo. Lo ocurrido en el concierto de José María Palacios “Chacalón Jr.”, donde un hombre falleció tras una riña, sólo da a entender lo que Pierre Bourdieu llamaría como propio del habitus acerca de las estructuras estructuradas en las que un hombre nace y en las que se desenvuelve: la persona puede cambiar de espacio y contexto pero no se desliga de sus inicios. La música chicha no tiene la culpa, “Chacalón” y “Chacalón Jr” tampoco.


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El cuento no contado

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